"El sudario mojado de la Cruz".
Natividad Cepeda, ha publicado en la prensa un artículo titulado "El sudario mojado de la Cruz".
Llovía mansamente sobre el pueblo. Era una lluvia fina y helada de la que surgían charcos en la calzada de alquitrán haciendo que los coches al pasar deshicieran en ráfagas el espejo mojado de las calles. En los termómetros de las farmacias apenas si marcaban cuatro grados de temperatura. El cielo de un blanco gélido amenazaba nieve mientras iban llegando al cementerio las gentes ataviadas con ropas de abrigo, paraguas e impermeables hasta detenerse ante la tumba de mármol blanco de Ismael de Tomelloso. En un extremo de la tumba nos recibía la sonrisa radiante de un joven sin temer las inclemencias del tiempo eclipsando con su mirada la belleza de las flores que, humildemente, se dejaban mojar añadiendo lozanía a su efímera vida. Llovía lavando el agua la desnudez inmóvil de las tumbas. En el preámbulo de la espera aquella tarde del 29 de noviembre del 2010, el cielo derramaba su llanto sobre el silencio del camposanto. Mecía el aire frío los cipreses vistiéndolos de un verdor más oscuro, sin que la desapacible tarde, restara afluencia al recinto. No había en los rostros señales de fatiga, tampoco de prisa, muy al contrario la gente que se multiplicaba por minutos se la veía emocionada a la espera de que se anunciara la llegada de la cruz viajera.
Llovía aquella tarde penúltima de noviembre sobre las cruces del cementerio, sobre las imágenes de las advocaciones de la Virgen, sobre alas de ángeles orantes, lavando así la ruindad del olvido que el tiempo esparce sobre vivos y muertos.
Desde afuera, en medio de la lluvia, apareció la cruz portada por jóvenes hombres y mujeres envuelta en un sudario transparente de plástico; mojada toda ella rodeada de la melodía del agua.
Algo inexplicable atravesó el aire de la tarde, por el camino de tierra avanzaba la cruz desnuda con un soplo de vida sobre el campo en otoño.
Esperamos callados, con la candela del corazón alumbrando el alma. Si los días, es cierto, que tienen ojos para mirar las cosas que suceden, en ese momento vieron que algo inaccesible sucedía. Llegaba la cruz hasta nosotros prendida en sus brazos el hálito de miles de personas ante la que habían orado. Nos traía la ternura de la ingenuidad de las gentes sencillas de otros continentes y el desgarro inhumano de campos de exterminio.
En el misterio de noviembre, escuchábamos a su paso, el regreso de aquel hombre que nos la donó para que fuera nuestra cruz donde depositar nuestros fracasos, nuestros errores y también nuestro desamor y desencanto. Revivía al mirarla el muchacho polaco que recorrió el mundo hablando de Cristo. Nos llegaba en el viento desnudo del invierno la huella de su andar al bendecir al mundo… Se clavaban las miradas en ella y palpitaba en la memoria la figura contrahecha y peregrina de Juan Pablo II.
Pasó la cruz al cementerio y se detuvo junto a otra cruz de mármol. La pusieron de pie y se alzó por encima del agua y los cipreses moviéndose el sudario de plástico al vaivén de la lluvia quedamente. Delante un poco a su derecha el icono de la Madre; María, siempre al lado de la cruz y al lado de todos los sufrientes.
Los muchachos dejaron las antorchas que portaban colocadas en pebeteros. Las llamas se movían despacio, parecían que se apagarían de un momento a otro, pero no sucedió así, y las llamas de las antorchas replegadas y silenciosas elevaban al cielo su plegaria dejándose besar por el agua en un bautismo infinito de amor.
Sigue cayendo agua sobre los sacerdotes y los jóvenes que, sin paraguas, han empezado a elevar su oración comunitaria. El Obispo, Antonio Algora, proverbial como siempre, con su amplia sonrisa y su pelo mojado, por si acaso a alguno de los presentes se nos ocurre pensar en lo esforzados que estamos siendo al aguantar el chaparrón, nos aclara que el agua de la tarde no es nada comparada con lo que soportó por Dios y por la paz entre los hombres Ismael. Veinte grados bajo cero en Teruel en actitud orante, repitiendo "Soy de Dios y para Dios" "Ni egoísmo, ni dinero ni comodidades, , ni familia ni honores... ¡Sólo Cristo! Mientras cae la lluvia Luís Molinero, hermano del Siervo de Dios Ismael de Tomelloso, venerable anciano de ochenta y siete años, de pie y sin asomo de cansancio, en silencio, se seca las lágrimas. Nada dice, ni nadie le pregunta nada, respetamos su silencio mientras intuimos la avalancha de recuerdos que le inundan.
Sobre la tarde, la Cruz de la Jornada Mundial de la Juventud, es testigo de la sonrisa radiante con la que desde una fotografía, en su tumba, Ismael nos recibe. Quien hubiera podido imaginar que esta cruz vendría el cementerio de Tomelloso, para visitar a un pobre muchacho, que rezaba por todos, con un rosario hecho de nudos de una cuerda de esparto. ¿Quién lo hubiera imaginado? Nadie, salvo Dios.
Colocar el silencio de Ismael en el horizonte universal de la santidad hoy, es columbrar que a pesar de la tendencia actual a lo primordial de la materia por encima de toda espiritualidad, esa realidad se tambalea cuando se constata que algo inmaterial trasciende los limites conocidos.
Vamos y venimos en los andenes de la vida similar a las gotas de lluvia que nunca son las mismas y parecen iguales, pero todo cambia cuando Dios irrumpe. Cuando eso ocurre todo palpita de manera distinta.
La cruz viajera que legó a los jóvenes del mundo el Papa Juan Pablo II, y que Benedicto XVI continúa enviando, ha empezado su recorrido por la Diócesis de Ciudad Real, en la tarde del 29 de noviembre el cementerio de Tomelloso se convirtió en un techo de paraguas que siguió a la cruz debajo de la lluvia hasta la plaza de España, para continuar su peregrinar hasta la Residencia de Ancianos y el templo de Santo Tomás de Villanueva, el rumor del agua cantó con los jóvenes y oró con los mayores, algunos de los más viejos aseguraron que cuando trajeron los restos de Ismael a Tomelloso desde Zaragoza, también el agua lo acompañó.
Y es que el agua nos bautiza al nacer y nos despide al partir. Bendita sea pues la cruz envuelta en su sudario que llegó hasta nosotros en una tarde gris llena de alegría.