Sólo Dios sabe el porqué de las cosas
Ismael de Tomelloso en el Aula Magna del CEU
Natividad Cepeda
Marcaba el reloj del ayuntamiento y el de la iglesia las 15,30 horas, o mejor dicho, las tres y media de la tarde, cuando los dos autobuses aparcados delante de la fachada del Ayuntamiento de Tomelloso se pusieron en marcha. Adentro los 102 pasajeros respiramos profundamente y emprendimos viaje a Madrid el jueves 24 de marzo. Todos, interiormente, pensábamos en aquel joven muchacho que en el año 1937 se despidió de sus padres, hermanos y amigos diciendo hasta mi vuelta o hasta el cielo… Hicimos una parada pasados los cien kilómetros, para llegar a Madrid sin otra necesidad que la de ocupar asiento en el Aula Magna de la Universidad San Pablo CEU. Pasamos al interior y nos fuimos acoplando en la sala, prácticamente vacía, a esperar que se llenara por completo.
Mientras nos sonreímos, yo recordaba el reto que el autor de la biografía que se presentaba de Ismael de Tomelloso "In Silentio…", escrita por Blas Camacho, vicepostulador y presidente de la Asociación para la Canonización de Ismael, le había lanzado a todos al asegurar que los tomelloseros llenaríamos el Aula. Quinientas localidades impolutas aguardaban para ser ocupadas tan sólo para escuchar hablar de un chico normal que sentía la paz en todo su ser y la quería para todos los hombres.
Los minutos pasaban, y en un goteo incesante de gente se fueron ocupando los asientos: la gente llegaba sin ruido ni estruendo, pero sin parar, ocupaban las plazas disponibles hasta que no quedaron asientos para los que miraban y nada encontraban. Tímidamente trajeron sillas plegables de madera y al aforo seguía la gente pasando; trajeron sillas y más sillas y el milagro de los panes y los peces se produjo al ver toda el Aula Magna atestada por gentes venidas a escuchar hablar de un chico de pueblo sencillo y bueno que escribía con alguna imperfección la ortografía y que jamás pisó universidad alguna.
Ocuparon la mesa los ponentes para la presentación del libro. De izquierda a derecha, Joaquín Martín Abad, vicario episcopal para la Vida Consagrada, buen conocedor de todo el proceso, que disertó ampliamente sobre la biografía y el autor. Por la archidiócesis de Madrid, el cardenal Antonio María Rouco Varela, con sonrisa amplia ante la multitudinaria asamblea; Carlos Romero, presidente del CEU, que presentó la mesa y reconoció públicamente que era la primera vez que el Aula Magna se había llenado en la totalidad -500 plazas, más 50 sillas y los que aguantaron de pie a ambos lados de las paredes, 600 personas- y Blas Camacho, autor del libro, emocionado y con una pizca disimulada de orgullo tomellosero al ver cumplido el reto de llenar el aula y, a su lado, la que escribe y da fe de este acontecimiento, invitada a la mesa por no poder asistir los anunciados Antonio Algora, obispo de Ciudad Real, y Valentín Arteaga, prepósito general de los teatinos y postulador de la Causa. Probablemente sólo Dios sabe el porqué de las cosas y si no fuera por Él, nada de lo ocurrido hubiera sucedido.
Porque, ¿quién podría haber imaginado que aquel pobre soldado de la milicia popular, que tiró su fusil en mitad de la refriega, prisionero tuberculosos, llagado y extenuado hasta morir en un hospital, prisionero rodeado de otros prisioneros, enterrado con su traje color caqui al que una muchacha le cruzó las manos heladas por la muerte y le dejó un rosario entre sus dedos frágiles y amoratados, setenta años después de su muerte, reuniría en torno a su figura a políticos y gentes variopintas para escuchar hablar de su silencio? Silencio de humildad y renuncia en un mundo convulso donde la vida no valía ni tan siquiera el canto del mirlo, que se ofrendó para que la paz volviera sobre todos los pueblos que sufrían y sufren hoy también la guerra.
A mi espalda, detrás de la mesa, Ismael sonreía desde el fondo azul del panel gigante de la portada del libro editado por Ediciones Soubriet del libro "In Silentio…", y su sonrisa iluminaba la noche madrileña y el corazón del cardenal que lo reconoció Santo, a pesar de que Roma aún no lo han hayan reconocido; y todos los allí presentes mostraban en su rostro la certeza de que Ismael era un regalo inmerecido en las puertas recién abiertas del siglo XXI.
El cardenal Rouco se lamentó de que los jóvenes de la mitrad rica del mundo vivan tentados por el poder, con un estilo de vida muy materialista, con carencias profundas de cara a su futuro y con insatisfacción psicológica y espiritual. Señaló que es importante que se muestre la figura de este joven que murió con 21 años y que dio su vida a Dios a través del silencio y el sufrimiento, "justamente" el mismo año en que se celebra en Madrid la Jornada Mundial de la Juventud, a la que ya se han inscrito más de 300.000 jóvenes y que, según ha apuntado Rouco, se sentirán "entusiasmados" por los rasgos que marcaron la vida de este joven de los años 30. También recordó a los mártires que murieron por su fe en aquellos años, siendo la mayoría de ellos jóvenes religiosos y laicos.
A Blas Camacho se le quedó diminuto el tiempo para su exposición, porque tenía tanto que decir que apenas s pudo esbozar un pequeño esquema de lo que tenía preparado para ocasión tan especial. Animó a los jóvenes a que vengan a Madrid el próximo agosto a conocer e indagar en la vida de Ismael, un chico normal y simpático que sin apartarse de sus amigos y del mundo fue un ejemplo para todos. Y recordó las 6.000 páginas escritas en folios alo largo de cinco años depositadas en Roma que abren el camino para la beatificación de un tomellosero enamorado del amor de Dios.
Fue ciertamente una noche inolvidable donde Tomelloso, representado en los que allí estuvimos, dejó escrita en la Universidad San Pablo, la fuerza y el empuje de un pueblo unido por la fe y el convencimiento de que hada hay imposible para Dios
Yo me limité a recordar el paso de la Cruz de los jóvenes ante la tumba de nuestro Ismael: la única tumba visitada en toda su andadura viajera. Recordé mi infancia y a mis padres que me legaron el único legado imperecedero, la fe de mis mayores.
Al terminar el acto volvimos a los autobuses, dejando en los asistentes residentes en Madrid, la admiración hacia un pueblo lleno de esperanza en un mundo mejor por creer firmemente en la figura de chico normal, que de normal, no tenía nada.
Podría enumerar casi todos los nombres de los que allí estuvimos. Ciertamente fue emocionante comprobar que el pensamiento de Ismael sigue vigente cuando dice: "Como no se hablar y tengo poca inteligencia, no se decir a nadie cosas buenas y de religión; por eso quiero dar ejemplo de vida". Y siguiendo su estela llegamos a la una de la noche al punto de partida. Nos bajamos de los autobuses y nos desperdigamos por las calles camino del amparo de nuestras casas. Ojalá que su ejemplo nos cambie la vida y nos ponga en el alma la luz de su sonrisa.