Batalla del Alfambra – Reflexiones


La ofensiva nacional sobre el valle del río Alfambra se inició el 5 de febrero del año 38 y apenas culminó dos días después, el día 7 del mismo mes, tras haber logrado las tropas nacionales todos los objetivos previstos. Esta batalla es el preludio de los combates que en los días siguientes permitió a los nacionales la recuperación definitiva de la ciudad de Teruel en apenas seis días, hondeando la bandera en dicho ejercito, el 22, sobre las ruinas de la devastada capital.

Previamente a la explicación de las principales características de esta batalla y sus consecuencias, es importante reseñar cual era la situación de la guerra previa a la batalla de Teruel. En el otoño del año 36, unos meses después del fracasado golpe militar del 17 y 18 de julio, la situación era ventajosa para el Ejército Popular de la República, éste disponía de unos doscientos mil hombres frente a los ciento cincuenta mil del Ejército Nacional, esta diferencia se acrecentó tras los fracasos del ejercito sublevado en la batalla de Madrid. De tal forma que en la primavera del 37, antes de la ofensiva en el norte, las fuerzas republicanas rondaban los seiscientos mil hombres frente a los cuatrocientos mil nacionales, es decir, un 50% más. A esta ventaja se añadía la superioridad republicana en carros, donde su capacidad era muy superior cualitativamente y cuantitativamente (260 vs 110), además también en la aviación (450 vs 370), solo compensada con una ligera superioridad en artillería por parte del ejército nacional.

Al finalizar la batalla del norte y previamente a la batalla de Teruel, en el otoño del 37, la situación se igualó bastante en todos los aspectos. La hecatombe en la cornisa Cantábrica permitió a los nacionales igualar sus efectivos con los republicanos (ambos bandos disponían ya de unos 750 mil hombres), la artillería estaba muy igualada (unas dos mil piezas cada bando), y si bien el ejército republicano mantenía una superioridad en carros (240 vs 170), los nacionales ya disponían de la ligera superioridad aérea (450 vs 400 aviones). Desde el punto de vista estratégico ambos bandos tenían todo su territorio peninsular conectado, y ambos disponían frontera con un país aliado por donde recibir apoyo (Francia y Portugal respectivamente) y con el apoyo militar directo de estados totalitarios, la URSS con sus efectivos y las Brigadas Internacionales al lado republicano y Alemania e Italia al bando nacional. Tras casi año y medio de guerra ambos bandos tenían una preparación relativamente similar en sus cuadros y tropas.

Se encontraba la guerra, por tanto, en un punto de incertidumbre que podía aún derivar en cualquier sentido. Es en este contexto donde el Estado Mayor Republicano con la intención de tomar la iniciativa general del conflicto, en manos de Franco desde el inicio, tomó la decisión de asaltar un objetivo relativamente fácil como era la ciudad de Teruel. De esta forma se pretendía detener la proyectada ofensiva de Franco sobre Madrid y de darle la oportunidad al ejército republicano de cortar en dos la zona nacional en el sector de Extremadura, el llamado plan P; Vicente Rojo, el Jefe del Estado Mayor republicano, logró su primer objetivo de tomar la iniciativa de la guerra y de detener la ofensiva nacional, pero no logró activar el plan P al quedar atrapado en la propia batalla que él había iniciado. Una sucesión de errores estratégicos de Rojo llevó a Franco a tomar la iniciativa de la batalla y, como consecuencia, generar un desgaste de las mejores unidades republicanas que permitió a Franco una posterior ofensiva hacia el Mediterráneo cortando en dos el territorio republicano.

La primera fase, la batalla de Teruel, fue una operación de toma de la ciudad por parte republicana, impecable desde el punto de vista estratégico aunque una sucesión de errores posteriores de Vicente Rojo permitió cambiar el signo de la batalla en semanas. La falta de ambición en adelantar las líneas republicanas para proteger cómodamente la ciudad, la retirada rápida de las mejores unidades para el Plan P, así como la concentración de fuerzas y armas en el asedio de los reductos, facilitó enormemente la posterior contraofensiva nacional. El 5 de noviembre del 37, un contingente de casi 50.000 hombres del ejército republicano iniciaba la operación de cercado y toma de la ciudad contra unos efectivos próximos a los 7.000 nacionales. Los dos reductos donde se refugiaron unos 3.750 soldados nacionales y quizás unos 3.000 civiles caen tras una dramática resistencia el 8 de enero. Por su parte, una nefata estrategia inicial de Franco, orientada a recuperar Teruel a cualquier precio, produjo un enorme desgaste en las fuerzas nacionales en este período, ocasionando más de trece mil bajas a las fuerzas de Franco que trataban de romper el cerco desde fuera de la ciudad.

Tras la caída de los dos reductos, Franco inició una estrategia orientada a tomar los cerros al norte de la ciudad de Teruel que dominan tanto la ciudad como el sur del valle del Alfambra, se trata de los cerros de las Celadas y el Muletón. Estos cerros son tomados entre los días 17 y 22 tras duros combates. Se acababa de obtener la “bisagra” que permitiría efectuar con seguridad la maniobra del Alfambra, y la pieza esencial para maniobrar finalmente sobre la propia ciudad.

El Estado Mayor republicano trató de retirar sus efectivos por segunda vez para el citado plan P, lo que facilitó enormemente a las fuerzas nacionales la planificación y ejecución de la maniobra de Alfambra, de tal manera que se lograría tener asegurados los puntos del ataque final a Teruel, además de fijar una línea segura para una posible futura progresión hacia Levante. No se puede olvidar lo frágil que era para los nacionales la línea de frente en el valle del Alfambra, consecuencia de los combates iniciales del 36. Las alturas de sierra Palomeras, en el interior del valle, estaban controladas por los republicanos, y no había ninguna barrera natural de envergadura que protegiera las líneas nacionales, salvo el pobre cauce del río Jiloca en el llano. Paralelas al río Jiloca se situaban las líneas del ferrocarril y la única carretera que unía a las fuerzas nacionales del sector de Teruel con el resto del área nacional implicando un gran riesgo adicional por su facilidad de ser cortadas.

El 5 de febrero, siete divisiones de Infantería del Ejército Nacional, de las mejores, cuatro de Galicia y Asturias fogueadas en Oviedo y en los frentes asturianos, y tres navarras de las participantes en la ocupación de la cornisa cantábrica, más la división de Caballería del general Monasterio, entraban en el valle occidental del Alfambra por tres puntos: por el sur entraban otras tres divisiones desde Celadas hacia el pueblo de Alfambra bajo el mando de Aranda; finalmente desde el oeste, infiltrándose por los pasos de Sierra Palomeras, penetraba la caballería con la quinta división de Navarra rodeando por la retaguardia republicana la sierra y desbordando los llanos del valle del Jarama hasta el río.

El Ejército Popular de la República contaba sólo con una división en todo el sector, la 42, confiada en la protección proporcionada por Sierra Palomeras. Por otra parte el convencimiento de Vicente Rojo de que Franco había desistido de la toma de la ciudad de Teruel, le llevó a retirar previamente algunas de las mejores divisiones facilitando la maniobra de los nacionales.

En tres días, y con apenas 300 bajas, los nacionales lograron ocupar todo el valle occidental, rompiendo un frente de unos 100 kilómetros, penetrando algunas decenas de kilómetros en algunos puntos y haciendo más de doce mil bajas al ejército republicano. Como dato anecdótico habría que citar que en el valle del Alfambra se produce la última carga de caballería relevante de la guerra, y la única acción ofensiva de una división de caballería al completo (no motorizada) en la historia militar (sin contar la mítica e irreal carga de la caballería polaca en la segunda guerra mundial). Curiosamente, a pesar de la vulnerabilidad de este arma frente a las ametralladores y posiciones defensivas modernas, sus bajas fueron inferiores a la decena y esencialmente por caídas del caballo, sin embargo, su efectividad fue enorme por su velocidad de penetración, y por su impacto psicológico en la desmoralizada infantería republicana.

En sí mismo, desde el punto de vista estrictamente operativo la maniobra había sido un completo éxito en sí misma por la gran extensión de terreno ganada, la escasez de bajas nacionales y el daño en las divisiones republicanas intervinientes. Sin embargo, el impacto y las consecuencias fueron mucho mayores, por un lado la moral de las tropas republicanas se vio altamente afectado por la facilidad del éxito de los nacionales, por otra parte obligó de nuevo a Vicente Rojo a ponerse bajo la iniciativa nacional al temer una ofensiva desde el Alfambra hacia el Mediterráneo tras observar la gran concentración de fuerzas al norte del pueblo del Alfambra así como las diversas cabezas de puente ganadas en el norte del Valle que preludiaban un asalto de los nacionales hacia el este.

Pero el Estado mayor republicano se volvió a equivocar, cayó en la trampa enviando el grueso de sus fuerzas al norte del pueblo del Alfambra para detener la supuesta ofensiva hacia Levante. Sin embargo Franco atacó por sorpresa de nuevo para tomar la ciudad de Teruel desde el sur del valle del Alfambra. Una maniobra envolvente permitió a la 83 división de Pablo Martín Alonso entrar en Teruel el 22 de febrero por la carretera de Valencia, al mismo tiempo que la primera de Navarra lo hacía desde el noroeste copando a la división 46 republicana de Valentín González (“el Campesino”).

El daño fue considerable ya que la moral de las tropas republicanas quedaba aún más dañada tras la entrada nacional en Teruel. La batalla como tal se podría dar por terminada y aunque el balance territorial de la misma no era esencialmente relevante por su superficie, si lo era por su posición estratégica. Al mismo tiempo doce divisiones republicanas habían quedado muy dañadas e incluso tres de ellas materialmente destrozadas, frente a sólo seis nacionales. Las bajas republicanas habían sido muy significativas y superaban en casi diez mil hombres a las nacionales. Por otra parte, la línea de frente republicana estaba completamente desorganizada mientras que la nacional quedaba bastante consolidada.

Esta situación permitió que Franco apenas quince días más tarde de tomar Teruel, el 9 de marzo, lanzase una ofensiva hacia levante que le permitió en 37 días cortar la zona republicana en dos, ocupar casi 30.000 km2 (la octava parte del territorio republicano), desorganizar doce divisiones republicanas más y provocar otras 35 mil bajas al Ejército Popular de la República. La maniobra de Levante, que fue la explotación del éxito de Teruel, terminó de decidir la guerra. El Ejército republicano poco podía ya hacer más que tratar de alargar el conflicto y resistir. Si Teruel decidió la guerra, la batalla del Ebro la sentenció.

Como dijimos al principio, el Alfambra fue el punto de inflexión de la batalla de Teruel, ya que reorganizó el frente nacional, hundió la moral republicana antes de la propia toma de la ciudad de Teruel y, además, fue esencial para la recuperación de la misma. A su vez Teruel fue el punto de inflexión de la guerra al permitir romper en dos la zona republicana. Por lo tanto, desde una óptica global de la guerra, la importancia de la batalla del Alfambra es crítica para entender el resultado final de la misma. Si la ofensiva del norte del 37 fue “necesaria” para los nacionales para igualar la situación, la batalla de Teruel fue “decisiva•, dejando al Ebro la acción “definitiva” que sentenció la guerra (con su explotación del éxito que fue la ofensiva sobre Cataluña).

Curiosamente la importancia estratégica de la Batalla de Alfambra contrasta con la escasa mortandad en ambos bandos durante los tres días de combates y la escasez de choques extremadamente violentos. Las principales armas de Franco en esta batalla fueron la sorpresa, la estrategia y la gran maniobrabilidad de muchas de sus unidades. El Alfambra es una batalla desconocida para muchos sobre la que se ha escrito muy poco y, sin embargo, por todo lo comentado, de una relevancia enorme en la evolución de la guerra.