Un año más vamos a vivir otra Semana Santa. Hoy, Domingo de Ramos, vamos a ver la entrada triunfal del Señor en Jerusalén. Una Jerusalén que se replica en cada lugar donde se espera a Cristo, unos para postrarse ante Él, otros para intentar acusarle, ajusticiarle, zaherirle, golpearle y conducirlo al Calvario. Han pasado dos mil años desde la venida del Salvador y se siguen repitiendo a diario los mismos hechos de persecución e incluso de masacre de cientos o miles de cristianos y de vidas inocentes a lo largo y ancho del mundo, de nación en nación. El papa Benedicto XVI comentaba en el vía crucis de 2006 realizado en el Coliseo de Roma que “La cruz del Señor abraza al mundo entero; su vía crucis atraviesa los continentes y los tiempos. En el vía crucis no podemos limitarnos a ser espectadores. Estamos implicados también nosotros; por eso, debemos buscar nuestro lugar. ¿Dónde estamos nosotros?”.

La biografía “In Silentio” escrita por d. Blas Camacho Zancada nos relata cómo pasó la última Semana Santa en la Tierra gracias al testimonio de d. José Ballesteros -cuando era seminarista, coincidió con Ismael en el Seminario de Ciudad Real haciendo unos ejercicios espirituales en la Semana Santa del año 1935, con la compañía de Miguel Montañés, Pedro Cuesta y Rogelio Redondo, bajo la dirección del padre José Sánchez Oliva -:

«…La Semana Santa del año 1938 fue en el mes de abril, «aumentaron tanto los dolores, que se vio bien claro que el Señor le quiso asociar más íntimamente a su Pasión. Uno de los tormentos, aliviado bastante por el cuidado de la enfermera en lavarle frecuentemente la boca, era la sed devoradora por la fiebre que le abrasaba y le secaba las glándulas salivales. Con caridad cruel para el sufrimiento del enfermo únicamente le permitían tocar con sus labios el vaso de agua, o un botijo de barro cocido y de cuando en cuando humedecían sus labios con algunas gotas que apenas las gustaba en la lengua.

Este sufrimiento de la sed, y en general los demás se le acrecentaron de una manera alarmante el Jueves y el Viernes Santo. Alguien pensó que había entrado en la agonía. Sus sufrimientos eran tales, que tenía convulsiones terribles, temblándole las manos y todo el cuerpo. A las tres de la tarde entró la enfermera y al verle en aquel estado, le preguntó asustada:

¡Qué te pasa!

¡Es Jueves Santo! – respondió espontáneo.

Y con eso trató de explicarlo todo. ¡Qué días tan a propósito para unirse a la gran víctima del Calvario!».

«El Viernes Santo, fue también día de mucho dolor. Daba compasión mirarlo. Las llagas de su cuerpo eran manantiales de tormentos, sobre todo las de la espalda. Pero ahogaba los gestos de dolor entre los brazos de una serenidad que imponía.

Como a Cristo, lo abrasó la sed y en sus espaldas sintió dolores de flagelación; pero todo lo soportó a ejemplo de Cristo también. Don José lo encontró gravísimo. Ismael disimuló una sonrisa huérfana, y pobre y enloquecido de amor, porque sólo quienes están así hablan como hablaba él, le dijo:

¡Al fin hoy tengo la dicha de ofrecerle algo a Jesús!».

Recordemos en esta Semana Santa de 2024 a nuestro añorado Ismael y vivámosla de forma santa y entregada como lo hacía el Siervo de Dios, pidiéndole que interceda por nosotros y por el mundo entero.

Asociación para la Beatificación y Canonización de Ismael de Tomelloso.

Print Friendly, PDF & Email