“Sentí la vocación en una hora santa. Estaba en una hora santa, y como Ismael tenía esa devoción a la Eucaristía, escribía preciosidades de la Eucaristía, se ponía en oración y miraba la puerta del Sagrario…, y se reflejaba su gran amor a la Eucaristía”.

Qué alegría me da que se empiece el proceso de canonización de Ismael. Es un santo. Lo tratamos mucho en casa con mis padres y yo le debo la vocación. Era un chico muy alegre con mucho carisma. Se quedaba con la gente por su simpatía.

Ismael iba mucho a mi casa, y por las noches, cuando iba, en el poyete, como la gente, se sentaba en la puerta de la calle. Unas veces cenaba con mi madre, que era muy espiritual, hablando todo de espíritu.

Me acuerdo que en una cámara de casa había un maletín que tenía él con sus cosas espirituales, su cilicio y todo. Eso, parece que lo estoy viendo, cuadernos y varias cosas. Se los dejó a mis padres, que no lo tenían que haber dado, pero se lo entregaron a Miguel y a Pedro que vinieron a pedírselo.

Tenía un carácter muy alegre, era muy bromista, tenía una imagen excelente, de paz, de tranquilidad, de transmitir confianza, la gente que hablaba con él, se quedaba con él. Mi madre era muy espiritual y con él, ahí, las horas muertas, y yo decía, ¿pero todavía ahí?

Hay otra cosa preciosa. Fue cuando empecé a sentir la vocación. Sentí la vocación en una hora santa. Estaba en una hora santa, y como Ismael tenía esa devoción a la Eucaristía, escribía preciosidades de la Eucaristía, se ponía en oración y miraba la puerta del Sagrario…, y se reflejaba su gran amor a la Eucaristía. Me caló algo especial, pero yo me he probado a ver si tenía o no vocación de verdad, he ido a bailes de noche, y me decía don Eliseo, el párroco, porque era mi confesor, “Pero muchacha, si eres delegada de AC, eres terciaria, qué va a decir la gente cuando te vea allí”. “Pues yo voy a ir”, decía. Y me hicieron un traje todo elegante pero aquello no me llamó la atención.

Me acuerdo de cuando iba al hospital y alborotaba a todos los viejos, les daba de comer…, A eso, le siguió mi padre. Daba de comer a un anciano todo dobladito, dobladito, y mi padre llevaba una gramola que tenemos aquí y bailaba Ismael con ellos y con las ancianas. Le gustaba mucho la bandurria y la guitarra. Las tocaba y cantaba muy bien. Como te he dicho antes, esa alegría y esa paz, era lo que transmitía, ¿comprendes? No como uno que dice tonterías y está sólo de juerga, sino que con Ismael siempre quedaba algo. Pero sobre todo me impresionaba su gran amor a la Eucaristía, tenía mucho amor a la Eucaristía.

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