El Domingo 13 de mayo de 1917, al mediodía, se produjo la primera aparición de la Virgen en Fátima a tres pastorcitos: Lucía, Jacinta y Francisco. La Virgen les dijo que durante seis meses, los días 13 de cada mes, deberían acudir a ese mismo lugar, la Cova de Iria, y les propondría lo que tenían que hacer:
«Hacer penitencia por los pecados que se cometen cada día»
«Rezar el Rosario»
«Consagrar el mundo a su Inmaculado Corazón»
La Virgen María fue fiel a su palabra durante todos los meses y el 13 de octubre de 1917 tuvo lugar la última aparición. Ese día se produjo un fenómeno que se conoce como «el milagro o el prodigio del sol”.
Las apariciones de la Virgen María en Fátima han sido confirmadas por miles de testigos presenciales, por los sucesos extraordinarios que se produjeron y por las innumerables conversiones que hay.
San Juan Pablo II fue a Fátima a rezar el Rosario y a dar gracias por haber salvado su vida en el atentado que sufrió en la Plaza de San Pedro en Roma el 13 de mayo de 1981.
El Siervo de Dios Ismael de Tomelloso siempre tuvo gran devoción a la Virgen María y al Santo Rosario. La primera aparición de Fátima tuvo lugar doce días después de su nacimiento (1 de mayo de 1917) y siete días después de ser bautizado (6 de mayo de 1917).
Así lo cuentan los testigos, y los biógrafos lo confirmaron:
«Ismael siempre ha profesado un gran amor a la Santísima Virgen y el consuelo y recurso para todas sus necesidades fue el Rosario, que hasta llegó a rezarlo con los dedos, por perdérsele el que usaba, y muchas veces en el mismo día.» (Pág. 82 Biografía “In Silentio…”)
«Ismael se reunía con sus amigos, procurando seguir un plan de oración y de meditación, con los textos que tenían ocultos en la cueva de su casa y rezando el rosario en el parque.» (Pág. 97 O.C.)
«Durante la Guerra Civil, antes de ser movilizado, se ponía a rezar el Rosario en las “colas”, pues decía:
«Al mismo tiempo que no me aburro, es el mejor modo de aprovecharlo». (Pág. 82 O.C.)
«Cuando fue movilizado, con Miguel Montañés, Sevilla, Espinosa, Masó, Serna, Tomás, y otros, en el primer trayecto del tren hacia la capital –Ciudad Real–, Ismael fue el que llevó la voz cantante con bromas continuas para matar el gusanillo de la tristeza de la despedida que tanto atormentaba a todos, aun cuando su corazón sangrase más que el de los otros. Luego la conversación bajó de tono, y el mal humor displicente mezcló palabrotas frecuentes en la conversación, e incluso sonaron blasfemias. Comenzaba para Ismael el martirio que iba a prolongarse todo el tiempo de permanencia en el frente. Salió al pasillo, sacó con disimulo su rosario y comenzó a rezar con fervor de náufrago en plena mar alborotada». (Pág. 100 O.C.)
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