P. Antonio Gascón Aranda, SM

La presente explicación del significado místico del silencio de Ismael de Tomelloso se basa sobre los testimonios de sus primeros biógrafos: padre Florentino del Valle, S. J., Ismael de Tomelloso. La lección de su silencio, Bilbao, 1947; y de Alberto Martín de Bernardo, Pbro., El miliciano que murió como un santo. Vida Heroica de Ismael Molinero Novillo, Zalla, 1949; se debe añadir en la Positio, 2015, la biografía, pp. 188-305 y el voto de don Lorenzo Trujillo, pp. 319-325.

La mayor dificultad para comprender la experiencia espiritual del venerable Ismael Molinero es el silencio que mantuvo de su identidad de joven de la Acción Católica durante el tiempo de su enrolamiento en el ejército republicano (septiembre de 1937), la prisión militar en la zona nacional (febrero de 1938) y enfermedad en el Hospital clínico de Zaragoza (desde el 20 de marzo), hasta los quince últimos días anteriores a su muerte, acontecida el 5 de mayo de 1938.

Es difícil explicarse por qué, una vez prisionero en la zona nacional escogió, todavía, el silencio. Silencio que le impidió recibir las ayudas espirituales de la Eucaristía y el sacramento de la reconciliación; incluso, recibir la curación de la grave pulmonía contraída durante la permanencia en el campo de prisioneros, causa de su muerte; y más aún, le impidió merecer la deseada palma del martirio en aquel contexto violentamente anticristiano.

Para comprender el silencio del joven Ismael se debe tener en cuenta el contexto en el que se encontró una vez militarizado en el ejército republicano, arrancado de su familia y aislado en un medio humano degradado, de ínfimo nivel cultural y bajeza moral, donde abundan las palabrotas, insultos, blasfemias y actos violentos contra la Iglesia, sus sacramentos, sacerdotes y la doctrina católica. Más aún, el mismo Ismael ha visto en su pueblo cómo los milicianos han profanado la iglesia parroquial, quemado imágenes, cometido actos sacrílegos contra la eucaristía; conoce el asesinato de su párroco, D. Vicente Borrel, y de sus dos coadjutores, D. Amador Navarro y don José María Mayor, y del consiliario de la Acción Católica local, D. Bernabé Huertas. Dios quiso para Ismael el silencio. Es decir, inmolarse en un sufrimiento vicario ante tanta muerte, destrucción y aniquilamiento de personas y bienes eclesiásticos. Ismael mantuvo una firme actitud de adhesión a la fe, mostrándose disponible a sufrir en silencio y ofreciendo su vida como sacrificio y oblación, en modo oculto y silencioso por amor a Dios.

Hay que decir que la dificultad para comprender el silencio del joven Ismael se debe al hecho de encontramos ante un raro don espiritual, sin embargo presente en algunos santos y místicos, que se ofrecieron como sacrificio en sufrimiento vicario, compartiendo la pasión de Cristo por la salvación de las almas. En el caso de Ismael este don espiritual consistió en sufrir en silencio ofreciendo su vida por amor a Dios, en un acto vicario de reparación por las blasfemias, sacrilegios y asesinatos cometidos por las milicias revolucionarias anarquistas y comunistas, arrebatadas por una violentísima ideología atea y destructiva. La oblación vicaria de Ismael de Tomelloso fue una experiencia espiritual de imitación de Cristo sufriente, que comenzó a desarrollarse entre los católicos españoles al producirse la quema y los asaltos a las iglesias y conventos desde los primeros días del Gobierno republicano. También Ismael Molinero comenzó a desarrollar en su íntimo el deseo de sufrir tribulaciones y cruz por Dios, por las almas y por España, tal como le manifestó a don Ignacio Bruna, capellán del campo de prisioneros de San Juan de Mozarrifar, en Zaragoza, pues, “no habiendo merecido de Dios verter mi sangre por Cristo, Dios se ha dignado de aceptar el lento martirio de mi vida”. No el martirio material, sino la muerte vicaria, asociado en silencio al dolor y pasión del Salvador. “Padre, no deliro” –dirá al capellán del campo de prisioneros-. “Ni dinero, ni comodidades, ni familia, ni honores, ¡sólo Cristo!”. De este modo, Ismael, a través del sufrimiento físico y espiritual, fue agraciado con el raro don espiritual de la conformidad con la Cruz del Salvador.

En definitiva, afirmará que “Dios me ha pedido este sacrificio y con su ayuda he podido consumarlo”; es decir, experiencia mística de la pasión de Cristo. A través de este don espiritual, el joven Ismael quiso compartir con el dolor de su silencio y de su enfermedad el sufrimiento de una Iglesia mártir. Y por ser un don espiritual difícil de soportar, le fueron otorgados la fortaleza y el gozo espiritual. El sufrimiento silencioso, acompañado por un íntimo gozo espiritual son los signos de tal experiencia mística.

Esta rara experiencia mística la encontramos en grandes figuras de santidad, como son los casos de Natuzza Evolo, padre Pío de Pietralcina, Teresa Neumann, san Juan de la Cruz, santa Teresa de Ávila, santa Gemma Galgani, la beata Katharina Emmeric, santa Rosa de Lima y santa Rita de Casia. Todos ellos fueron capaces de afrontar un sufrimiento físico y moral análogo al padecido por Jesús durante su pasión, sin rebelarse, ni pedir substraerse a él; lo aceptan conscientemente, iluminados por el gozo de sentirse unidos íntimamente a Cristo; donde es imposible explicar el sacrificio de amor que llevó a Cristo a ofrecerse por la humanidad.

En su homilía de Benedicto XVI, del 21 de junio de 2009, en la visita a San Giovanni Rotondo, donde el Papa explica que existe una fuerza que mueve el mundo, capaz de transformar y renovar las criaturas: la fuerza del “amor de Cristo” (2Cor 5,14). Una fuerza divina, que el Señor manifestó en su Pascua y que él eligió como la vía para liberar el mundo del dominio del mal. “Porque Dios ha querido renovar así el universo: mediante la muerte y la resurrección de su Hijo, muerto por todos”. Jesús se hizo todo uno con el Padre, plenamente abandonado a Él; y, a la vez, se hizo solidario con los pecadores, como separado y abandonado de Dios. Papa Benedicto, citando la carta a los filipenses (3, 13) los denomina los santos “alcanzados” por Cristo, para hacer de ellos “un instrumento elegido del poder perenne de la cruz; el poder del amor por las almas, de perdón y de reconciliación, de solidaridad efectiva con los sufrientes” Es la experiencia mística paulina expresada en la carta a los gálatas (2,20), fundamento de toda santidad cristiana: “Estoy crucificado con Cristo, pero no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mi”.

A nuestro entender este es el correcto acercamiento para comprender el silencio del joven Ismael de Tomelloso. Como él mismo revela: “Yo le pedía al Señor me diera fortaleza para beber el cáliz del martirio”. Ismael radicalizó esta “actitud oblativa”, en “oferta sacrificial”: sufrir por Dios y por la salvación de los jóvenes de España; es decir, entregarse a Dios por el bien de la paz.

Concluimos con el testimonio del seminarista y futuro sacerdote don José Ballesteros, que visitó a Ismael en el hospital de Zaragoza: “Lo que más me impresionó fue su alegría ante el sufrimiento y la seguridad que tenía de ir al Cielo”. Propiamente es aquí donde reside entre los fieles la fama de santidad de Ismael de Tomelloso.