De izquierda a derecha: José Vicente Cepeda Plaza, Delegado de la Asociación en Madrid; Joaquín Navajas Jiménez, Presidente de la Asociación; Monseñor Antonio Algora Hernando, Obispo Emérito de Ciudad Real y Blas Camacho Zancada, Vicepostulador de la Causa
El viernes, 29 de junio de 2018, festividad de San Pedro y San Pablo, tuvo lugar en la Casa de Castilla-La Mancha la clausura del Primer Centenario del Nacimiento del Siervo de Dios Ismael de Tomelloso.
En el acto de clausura, Monseñor Antonio Algora Hernando, Obispo Emérito de Ciudad Real, que impulsó la apertura de la Causa, pronunció las siguientes palabras:
Una primera observación creo que es pertinente hacer, pues en la Iglesia sólo se celebra el nacimiento de Nuestro Señor, de la Santísima Virgen y de San Juan Bautista, de los demás santos su “die natalis” es el día de su muerte.
Dicho esto deseo partir de las palabras de Santa Teresa Benedicta de la Cruz, que recoge el Papa Francisco en su Exhortación Apostólica Gaudete et Exultate (GE):
“Dejémonos estimular por los signos de santidad que el Señor nos presenta a través de los más humildes miembros de ese pueblo que «participa también de la función profética de Cristo, difundiendo su testimonio vivo sobre todo con la vida de fe y caridad». Pensemos, como nos sugiere santa Teresa Benedicta de la Cruz, que a través de muchos de ellos se construye la verdadera historia: «En la noche más oscura surgen los más grandes profetas y los santos. Sin embargo, la corriente vivificante de la vida mística permanece invisible.
Seguramente, los acontecimientos decisivos de la historia del mundo fueron esencialmente influenciados por almas sobre las cuales nada dicen los libros de historia. Y cuáles sean las almas a las que hemos de agradecer los acontecimientos decisivos de nuestra vida personal, es algo que solo sabremos el día en que todo lo oculto será revelado»” (GE 8)
También debemos recordar las palabras del Señor en el Sermón del Monte que hemos proclamado en la semana pasada, XI del tiempo Ordinario, donde sabéis que el Señor utiliza la fórmula “habéis oído que se dijo… pero yo os digo”
- Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tenéis recompensa de vuestro Padre Celestial.
- Por tanto, cuando hagas limosna, no mandes tocar trompeta ante ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, para ser honrados por la gente; en verdad os digo que ya han recibido su recompensa.
- Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha;
- así tu limosna quedará en secreto y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará en público.
- Cuando oréis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vean los hombres. En verdad os digo que ya han recibido su recompensa.
- Tú, en cambio, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo recompensará.
- Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso.
- No seáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que lo pidáis.
- Vosotros orad así:
“Padre nuestro, que estás en los cielos, / santificado sea tu nombre, - Venga tu reino a nosotros tu reino, / hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
- Danos hoy nuestro pan de cada día,
- perdona nuestras ofensas, / como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden,
- No nos dejes caer en la tentación, / y líbranos del mal.”
- Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, también os perdonará vuestro Padre celestial,
- Pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas.
- Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas, que desfiguran sus rostros para hacer ver a los hombres que ayunan. En verdad os digo que ya han recibido su paga.
- Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara,
- Para que tu ayuno lo note, no los hombres, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará.” (MT 6, 1-18)
Este es el marco en el que creo se desenvolvió buena parte de la corta vida del Siervo de Dios Ismael de Tomelloso, y muy especialmente en el tiempo que va desde su alistamiento forzoso al ejercito hasta su muerte.
“A veces la vida presenta desafíos mayores y a través de ellos el Señor nos invita a nuevas conversiones que permiten que su gracia se manifieste mejor en nuestra existencia «para que participemos de su santidad» (Hb 12,10). Otras veces solo se trata de encontrar una forma más perfecta de vivir lo que ya hacemos: «Hay inspiraciones que tienden solamente a una extraordinaria perfección de los ejercicios ordinarios de la vida». Cuando el Cardenal Francisco Javier Nguyên van Thuânestaba en la cárcel, renunció a desgastarse esperando su liberación. Su opción fue «vivir el momento presente colmándolo de amor»” (GE 17)
Ese sufrir en silencio las múltiples dificultades, dolores y sufrimientos de todo tipo que pasó Ismael podemos asegurar que fue sostenido por la Gracia de Dios, por la Presencia del Señor. “Tú, en cambio, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo recompensará”. La recompensa del Señor no es otra que la Presencia misma del Señor Resucitado, el Hijo entregado para la salvación de la Humanidad.
“La firmeza interior que es obra de la Gracia, nos preserva de dejarnos arrastrar por la violencia que invade la vida social, porque la Gracia aplaca la vanidad y hace posible la mansedumbre del corazón. El santo no gasta sus energías lamentando los errores ajenos, es capaz de hacer silencio ante los defectos de sus hermanos y evita la violencia verbal que arrasa y maltrata, porque no se cree digno de ser duro con los demás, sino que los considera como superiores a uno mismo (cf. Flp 2,3).” (GE 116)
Los testimonios con los que contamos son escasos, pero muy elocuentes en hechos, cosas y personas, que fueron testigos de su entrega al Señor: una cuerda con diez nudos para rezar el Rosario, una carta de recomendación oculta para no obtener privilegio alguno, el proverbial silencio de este Siervo de Dios que choca muy fuertemente con su genio abierto y comunicativo, generoso con los necesitados en gestos y canciones.
Es éste un punto más, que nos habla de la trasformación sufrida por Ismael que va desde su acercamiento a las filas de la Acción Católica en tiempos de especial dificultad hasta su muerte, unos pocos años, ciertamente pero muy intensamente vividos.
“Hay momentos duros, tiempos de cruz, pero nada puede destruir la alegría sobrenatural, que «se adapta y se transforma, y siempre permanece al menos como un brote de luz que nace de la certeza personal de ser infinitamente amado, más allá de todo». Es una seguridad interior, una serenidad esperanzada que brinda una satisfacción espiritual incomprensible para los parámetros mundanos.” (GE 125)
Además, cabe una pregunta ¿Cómo ha sido posible? ¿Quién hizo madurar tan rápida y profundamente a este muchacho sin apenas formación y conocimiento de los más secretos caminos de la entrega martirial a Dios? Ismael, por las pocas palabras que guardamos de él, descubre el camino de la Cruz para la salvación de las gentes en plena confrontación de guerra civil, en un ambiente de hostilidad y persecución hacia todo lo que sonaba a religioso. Él muere el 5 de mayo de 1938, luego ha tenido noticias de su pueblo y de la muerte martirial de los sacerdotes de su pueblo, su querido D. Bernabé, y sus compañeros D. Amador, D. José María y D. Vicente, que tanto han tenido que ver con su formación y su vida cristiana… ¿Qué puede hacer este muchacho para parar esa ola de violencia, destrucción y sin razón incluido el odio a la fe?
Rezar sí, y en las muchas horas del vivir azaroso de la milicia en estado de guerra, cabe pensar que la oración ha servido para descubrir y saber ofrecer su vida a Dios como expresará después.
Cabe pensar sí, en una escuela de aceptación de lo que podemos decir “vocación” llamada a la santidad que se vivió en la Acción Católica, y de la que algunos de nuestra edad somos testigos inmediatamente después en los años de la posguerra. En los ambientes de la Acción Católica de las parroquias no se alimentó la venganza, la revancha o la conquista, sino la llamada al testimonio: “Señor Jesús generoso quiero ser, muéstrame tú que medida he de tener. Lo sé Señor, mi medida es de servir… a trabajar me quiero comprometer y a no poner mi esperanza sino en ti” cantábamos.
Ayer celebraba la Iglesia a San Ireneo de Lyon y en el Oficio de Lecturas rezábamos un texto que considero oportuno para esta breve reflexión:
La claridad de Dios vivifica y, por tanto, los que ven a Dios reciben la vida. Por esto, aquel que supera nuestra capacidad, que es incomprensible, invisible, se hace visible y comprensible para los hombres, se adapta a su capacidad, para dar vida a los que lo perciben y lo ven. Vivir sin vida es algo imposible, y la subsistencia de esta vida proviene de la participación de Dios, que consiste en ver a Dios y gozar de su bondad.
Los hombres, pues, verán a Dios y vivirán, ya que esta visión los hará inmortales, al hacer que lleguen hasta la posesión de Dios. Esto, como dije antes, lo anunciaban ya los profetas de un modo velado, a saber, que verán a Dios los que son portadores de su Espíritu y espera continuamente su venida. Como dice Moisés en el Deuteronomio: Aquel día veremos que puede Dios hablar a un hombre y seguir éste con vida.
Por esto, el Verbo se ha constituido en distribuidor de la Gracia del Padre en provecho de los hombres, en cuyo favor ha puesto por obra los inescrutables designios de Dios, mostrando a Dios a los hombres, presentando al hombre a Dios; salvaguardando la invisibilidad del padre, para que el hombre tuviera siempre un concepto muy elevado de Dios y un objetivo hacia el cual tender, pero haciendo también visible a Dios para los hombres, realizando así los designios eternos del Padre, no fuera que el hombre, privado totalmente de Dios, dejara de existir porque la gloria de Dios consiste en que el hombre viva, y la vida del hombre consiste en la visión de Dios. En efecto, si la revelación de Dios a través de la creación es causa de vida para todos los seres que viven en la tierra, mucho más lo será la manifestación del Padre por medio del Verbo para los que ven a Dios.
Tenemos los testimonios de las personas que cuidaron a Ismael en su enfermedad y en los días de su agravamiento y aparecen ahí sufrimiento, oración, esperanza en ir al Cielo, y razón de ser de su entrega de la vida al Señor. Poner su día ante Dios con serenidad y alegría como quien sabe que no ha sido inútil su entrega.
Un apunte más para expresar la fecundidad de la vida cristiana en su camino hacia Dios. El Papa nos ha recordado en su exhortación “Gaudete et Exultate”:
“Para un cristiano no es posible pensar en la propia misión en la tierra sin concebirla como un camino de santidad, porque «esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación» (1 Ts 4,3). Cada santo es una misión; es un proyecto del Padre para reflejar y encarnar, en un momento determinado de la historia, un aspecto del Evangelio.” (GE 19)
“Esa misión tiene su sentido pleno en Cristo y solo se entiende desde él. En el fondo la santidad es vivir en unión con él los misterios de su vida. Consiste en asociarse a la muerte y resurrección del Señor de una manera única y personal, en morir y resucitar constantemente con él. Pero también puede implicar reproducir en la propia existencia distintos aspectos de la vida terrena de Jesús: su vida oculta, su vida comunitaria, su cercanía a los últimos, su pobreza y otras manifestaciones de su entrega por amor. La contemplación de estos misterios, como proponía san Ignacio de Loyola, nos orienta a hacerlos carne en nuestras opciones y actitudes. Porque «todo en la vida de Jesús es signo de su misterio», «toda la vida de Cristo es Revelación del Padre», «toda la vida de Cristo es misterio de Redención», «toda la vida de Cristo es misterio de Recapitulación», y «todo lo que Cristo vivió hace que podamos vivirlo en él y que él lo viva en nosotros».” (GE 20)
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