PRÓLOGO IN SILENTIO 3ª EDICIÓN

Por Valentín Arteaga

En 2009 apareció “In Silentio…”, este oportunísimo libro, que va ya para la tercera edición, sobre Ismael Molinero Novillo (Tomelloso, 1 de mayo de 1917; Zaragoza, 5 de mayo de 1938), un joven de la zona republicana muerto en la contienda civil española prisionero por el bando nacional. Al autor, un paisano de Ismael, andariego empedernido del corazón, bien lo sé, le movió y conmovió la peripecia callada, tan de poquita cosa, apenas aparente, de aquel muchacho de su pueblo, al que le dio, alborozadamente, por ser santo, santo sin más ni más, entre su gente, con la guitarra al hombro, las bromas prontas, las jotas y seguidillas manchegas siempre que vinieran al caso, y en su corazón… el silencio. Debió ser precisamente por eso por lo que el autor se animó a regalarnos una a modo de biografía de Ismael que muy bien podría haber titulado “El Elogio arrodillado del silencio”. Le salió un libro hondo y atrayente, que enseguida fue traducido a varios idiomas, mientras se iba llevando adelante (desde el 5 de mayo de 2008) el proceso diocesano de la causa de beatificación y canonización de “Ismael de Tomelloso”. Así es como se le conoce en los diversos círculos en los que cunde su devoción.

¡Qué gozoso y significativo es que esta tercera edición salga a la luz cuando la Congregación para las Causas de los Santos acaba de aprobar la “Positio” sobre las virtudes de nuestro siervo de Dios fruto del trabajo del relator P. Alfredo Simón OSB y de D. Bernardo Torres, Vicario judicial del Obispado de Ciudad Real y colaborador efectivo de la Postulación.

Ante esta nueva salida de “In Silentio…” sea lo primero decir que no quiero poner ni quitar una coma al prólogo de la primera edición (Ediciones Soubriet 2008). Felicito, eso sí, a Blas Camacho Zancada, Vicepostulador de la Causa, por su constancia y tesón y porque están ya en activo tres delegaciones diocesanas de la Asociación en pro de la causa para la canonización: en Tomelloso, Zaragoza y Madrid. En breve se irán abriendo otras más en distintas diócesis. Confieso gozosamente que ésta es la hora de Ismael. Vivimos en una coyuntura sociológica y eclesial, que requiere testimonios de vida cristiana como el de nuestro Siervo de Dios: testimonios sencillos, naturales, amables, incluso simpáticos y especialmente desenfadados, a pie de obra, propios de lo ordinario y espontáneo del cada día. “Cada día es amor”, cantó el poeta y es verdad. Es la hora de que los jóvenes de nuestros pueblos y ciudades descubran a “santos” de su propia talla y madera, dicharacheros, un tanto “juerguistas” en viniendo al caso, con guitarra al hombro y cantares en la boca, forjados en la oración, enamorados de la eucaristía y dispuestísimos a salir en los consejos parroquiales, pongo por caso, con un par de chistes; santos bien lejos de cualquier clase de arrogancia “religiosa” o de “piedad” para llamar la atención. “Cuando ayunéis, no os pongáis cariacontecidos, como los hipócritas, que se afean la cara para ostentar ante la gente que ayunan. Ya han cobrado su paga, os lo aseguro. Tú, en cambio, cuando ayunes perfúmate la cabeza y lávate la cara, para no ostentar tu ayuno ante la gente, sino ante tu Padre que está escondido, y tu Padre, que mira desde el silencio, te recompensará” (Mt 6,16-18).

El título del presente libro tiene miga. El silencio, esa hendidura en el corazón del misterio, como actitud, como práctica, parece irse convirtiendo hoy en día una antigualla, un arcaísmo, una inutilidad, porque lo que manda y gobierna en la actualidad es el vocinglerío. El silencio, ¡qué aburrimiento!, se dice. Resulta, sin embargo, querido lector, que el protagonista de este libro se presenta ante nosotros con el corazón empapado de silencio. Pero pongamos las cosas claras: Hay silencios y silencios. Tal vez fuera oportuno agenciarnos una lista de silencios. El primero, pudiera ser el “silencio arrinconado” del Facebook, el Twitter, el WhatsApp, el selfie… Si no se anda con cuidado, cosa difícil con la que está cayendo. Viene a continuación el “silencio perforado” por las palabras injuriosas y los dimes y diretes que sofocan la relación y la convivencia: ¿Te has enterado de que…? ¿Sabes lo de fulano? Es el silencio “coladero”: a través de él van el cotilleo pegajoso que no deja títere con cabeza. Se da también el silencio amedrentado”, propio de quienes, por falsas prudencias y temores irreprimibles, se callan como muertos ante las malas faenas que se hacen por lo bajo, zancadillas y críticas sistemáticas. De tanto en tanto, y a título de excepción, es posible encontrar el “silencio alto y ancho”, semejante a los campos que extienden y tensan la llanura que rodea al pueblo de Ismael. Es un “silencio abarcador y profundo”, con el poder suficiente de llevarle a uno a la región luminosa del ser; un silencio coloquial y dialogante, fuente de sosiego y de serenidad, que si se le deja, nos conduce a adquirir reacciones heroicas ante la vida. Es el silencio que caracterizó la “santidad” de Ismael: el inefable secreteo suyo con Dios, la recochura que le recorría por dentro durante los días previos a marchar a la guerra, las meditaciones en el interior de la cueva de su casa, el rebinar quejumbroso y doliente cuando el viaje de su quinta en el trenillo de Ciudad Real, el calambrazo que le sacudían en el alma las blasfemias de sus compañeros, la búsqueda en aquella primera noche en el seminario de Cuenca convertido en cuartel de un rodal para dormir al pie del altar mayor de lo que fuera una vez capilla…

Hay silencios y silencios ciertamente. En el libro que el lector tiene entre las manos alienta el “silencio crucificado”. Es al que Ismael de Tomelloso supo heroicamente arrimarse desde el comienzo de su vida hecha alborozadamente cristiana gracias a los chicos de Acción Católica del pueblo: Montañés, Cuesta… Ismael se avino muy bien con este áspero madero –el pudor religioso, la modestia, la actitud callada cargándoselo con naturalidad y sin aspavientos, sobre el hombro. ¡Admirable en verdad el temple de Ismael! Con qué creyente elegancia se fue habituando, poco a poco, a caminar por las tierras escalofriantes del silencio hasta llegar, por fin, al Calvario. ¡Con el silencio a cuestas! En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu. Como yo no sé hablar y no tengo palabras

Cinco de mayo de 1938 en Zaragoza, Hospital Clínico. Cerca, la Basílica de Ntra. Señora del Pilar, e Ismael entregando el último respiro de su vida al Señor; y la Virgen, experta en silencios, costurera de Dios, que en su vida tejía en el corazón todo cuanto le iba ocurriendo, recogió sin duda el jadeo final del miliciano de Tomelloso, y Aurora, la enfermera, se hincaría de rodillas delante de la cama comenzando a rezar: “Padre nuestro que estás en el cielo…” La sala de prisioneros se llenó de resplandor. Hay silencios y silencios. Los hay que iluminan muchísimo y hay otros cuya pretensión es conseguir que las estrellas pierdan su fulgor, las palabras desorienten y la profecía se desbarate. Hoy se está por los silencios que atruenan. A pesar de los cual este libro es provocador.

De la mano de Ismael echémonos a andar camino del territorio de Dios. Aunque muchos no lo quieran reconocer Dios habla en todo tiempo y lugar. ¡Silencio, pues! Déjate, lector, llevar de la mano de Ismael.

INTRODUCCIÓN AL SILENCIO DE UN ALMA
1ª y 2ª EDICIÓN

Por Valentín Arteaga

He aquí una pequeña historia interior. La biografía, en efecto, de Ismael Molinero Novillo, conocido como Ismael de Tomelloso por los Jóvenes de Acción Católica Española después de su muerte el 5 de mayo de 1938 en el Hospital Clínico de Zaragoza, da para muy poco. Es la suya una «vida» sin sucedidos grandes, anécdotas de brillo o hechos sobresalientes según la mentalidad utilista y pragmática que se lleva en el día de hoy. Mas conviene de tanto en tanto detenernos, un poco al menos, y tomar nota de los relatos chicos. Pareciera que en los tiempos que corren careciesen de interés. Apenas si llaman la atención las modestas y humildes peripecias de escasa monta. Y más aún si tratan de asuntillos de silencio y meditación, labor pura de la gracia de Dios y generosa respuesta, callada, agradecida, sobresaltada, del hombre. Cualquiera de ellos. Ismael Molinero Novillo, por ejemplo.

Todo un «caso» sin duda el de Ismael. Su biografía cabe en medio folio. No ha lugar para poder echar al vuelo la fantasía en una tierra, la suya, en la que la imaginación está a la orden del día y la inspiración artística se echa campo a través buscándole al paisaje su laberinto, sus fábulas, su novelería.

La historia nada aparente de Ismael de Tomelloso puede contarse en el tiempo en que se recita un credo o se dice un campesino a otro la que está cayendo por las tierras de la ermita de la Virgen. A Ismael, es natural, no se le ocurrió llevar un Diario o escribir en un cuaderno sus pensamientos espirituales. Estando en el frente envió algunas cartas de nada: Que estoy bien, madre; que no os preocupéis por mí. Hace muchísimo frío. Recuerdos a la familia…

Mercado en la Plaza de la Constitución. Año 1920.

Mercado en la Plaza de la Constitución. Año 1920.

Ismael

Era sencillamente un muchacho de pueblo. Un pueblo, entonces, muy a trasmano y lejanísimo. O extraviado, como quien dice, en la extensión manchega. Una isla en la llanura. En el pueblo, sus quinterías, sus hatos, sus viñas, sus calles anchísimas llenas de sol, sus entrantes, sus salientes, la Plaza, el Casino, la Iglesia… un mal día comenzó, lúgubre, a soplar el airazo terrible del odio y la denuncia: ésos del otro lado de la Glorieta son gente enemiga; hay que estar al tanto de cuanto digan o hagan; acuden a las novenas, atienden a los curas… y esto y lo otro. Malos tiempos aquellos. El odio es pésima compañía y nunca visa. Ismael era un muchacho más del pueblo a quien un día, porque Dios sabe hacerse encontradizo con los humildes y sencillos de corazón, otros jóvenes de su edad, valientes y atrevidos en aquella hora difícil –Miguel, Pedro…-, le hablaron de cosas de Iglesia y de una felicidad hasta entonces para él desconocida.

Eran miembros del recién fundado Centro de Jóvenes de Acción Católica dirigidos por el sacerdote Don Bernabé Huertas. Ismael, le dicen Miguel, Pedro y los demás, si quieres puedes venir al Centro y verás que ciertamente merece la pena. ¿Quién? ¿Yo? Pues claro, hombre. Y él respondió que bueno. Desde entonces, por el paisaje ilimitado de la llanura abierta de su alma, le fue entrando a Ismael poco a poco una luz que a medida que el tiempo transcurría le iba aclarando los pensamientos y las intenciones; y hasta incluso, a ver si no, le creció en lo hondo del ser un montón de cantares nuevos y mucha alegría para regalar a los pobres, a los ancianos, a los chiquillos, a los vecinos solos, a las humildes mujeres que venían al comercio de tejidos donde él trabajaba.

Soy de Dios y para Dios, repetía. Notaba dentro, a pesar de la atmósfera, tensa, que envolvía al pueblo, unas ganas inmensas de hacer feliz a cualquiera, a sus padres y hermanos en casa, a cuantos muy de mañana, antes de ir al trabajo, se encontraba en la Plaza y él, con todo el disimulo posible, se pasaba a la Iglesia para hacer una visita al Santísimo. Quiero dar ejemplo de vida, confesaba..

En el Asilo era feliz siempre que tenía ocasión de entretenerse, los domingos sobre todo, tocando la guitarra y cantando jotas a los Ancianos Desamparados. Les recitaba poesías, les organizaba bailes y les montaba comedias alegres. En ocasiones hablando con alguna de las monjas, o con don Bernabé, o Miguel y Pedro, arrebatado e ingenuo, se le solía escapar el siguiente deseo: Quiero ser bueno, pero no sé cómo. Vaya si lo sabía. Ismael era bueno del natural. Lo mismo que se respira. Como le sale a uno un chiste o una gracia, algo para hacer reír a los que van tristes por ahí, pobrecillos. Ojalá pudiera ser un día sacerdote, soñaba. Había practicado una tanda de Ejercicios Espirituales en el Seminario de Ciudad Real y se fijó mucho en el Padre que los dirigía, en los seminaristas… Y él que era tan devoto de Cristo Sacramentado y siempre que podía se iba a quedarse con los ojos fijos ante el Sagrario, más de una vez comentó: Me gustaría ser sacerdote. Algunos jóvenes, debido al contacto con el ejemplo de vida de Ismael, con el tiempo se animarán a seguir la vocación sacerdotal. El Espíritu del Señor, como se sabe, sopla donde quiere y cuando quiere. Hubiera sido un buen sacerdote nuestro muchacho. Disposiciones y cualidades, al decir de sus biógrafos, no le faltaban. E ilusión, un entusiasmo que le venía de los centros del alma. Cuando estaba en el último tramo de su vida, con el cuerpo carcomido por la tuberculosis que ya no podía más, le confesó al capellán que le asistía: Me siento muy feliz, Padre. Quizá te cures, le animó el sacerdote. No quiero nada en el mundo, respondió el muchacho, si muero seré totalmente de Dios. Si no muero, quiero ser sacerdote. De los buenos. De los que sirven a Dios de balde.

La vida y la muerte de Ismael de Tomelloso fueron una vida y una muerte «de balde». Un ofertorio totalmente gratuito a Dios. Y callado. Es impresionante cómo fue germinando y fraguando la semilla de la gracia de Dios que el grupo de jóvenes de Acción Católica de su pueblo sembrara un día en el corazón de Ismael. Se dejó trabajar sin poner dificultades por la labor del Espíritu envuelto en la humildad y el silencio.

Asilo

Y en cierto modo como disimulando. Puede decirse que el rasgo sobresaliente de la experiencia espiritual de Ismael es el silencio. Parece impensable que un muchacho temperamentalmente tan vital, tan extrovertido, tan cordial, tuviera, como tuvo, tanta voluntad para sortear las dificultades que le correspondió sortear. Lo suyo fue irse haciendo a un lado y pasar desapercibido. Lejos de él querer protagonizar hechos sobresalientes o empresas dignas de reconocimiento público y aplausos. Cuando la guerra, sobre todo, en el año especialmente en que se vio obligado a permanecer en el frente hasta el instante en que entregó su vida al Señor en Zaragoza, Ismael caminó envuelto en una discreción en verdad heroica. No hubo un momento en que no deambulara como de puntillas por las tierras del silencio. Sin hacerse notar. Sin que nadie pudiera imaginar la torrentera de amor a Dios que le saltaba dentro de sí. «Todo de Dios y para Dios». Y «callar y sufrir». Alguien ha dicho que la verdad más honda es el silencio. Lo es de manera singular en Ismael.

SeminarioFue una verdad que él descubrió sin apenas darse cuenta. Como el rezar. Como hacer reír a los ancianos del Asilo. Como querer a la Virgen. Como el tratar con tino y cariño a los clientes de la tienda en la que trabajaba de dependiente. Cuando fue movilizada la quinta del 38, la suya, el 18 de septiembre de 1937, y tuvo junto con sus compañeros que hacer el petate camino del frente de Teruel, iba bien avisado: No digas a nadie lo que piensas, lo que sientes, lo de la Acción Católica, las cosas de iglesia, de los chicos, de las monjas… Eso -se decía él a sí mismo-, a callar y a rezar; y a echar una mano como sea, si llega el caso, a los demás, o cantar una canción por lo bajines: es propio de quien cree en Dios cantar. Cuando tuvo lugar en la primera semana de febrero del 38 la batalla del Alfambra, él ofreció a Dios el silencio por la paz. Era la guerra y él tan pobre que no tenía otra cosa. Además, ¿para qué hace falta decirle a nadie que uno es de Acción Católica? Aunque te hagan prisionero y te pasen al otro lado y al fin puedas hablar, lo mejor es callar, e irse derecho sin apenas ruido a las mansiones de Dios.

Así ocurrió. Atravesado por las agujas siniestras de la tuberculosis adquirida en aquel invierno terrible, después de la batalla fue conducido a un campo de prisioneros en Santa Eulalia y posteriormente a San Juan de Mozarrifar : Qué ganas, Dios mío, de comulgar. Lo pidió en voz baja -¡un hilillo de súplica!- pero como si nada. Al capellán, seguro, «se le fue el santo al cielo». Quién, sin embargo, iba a saber que aquel prisionerillo de veinte años al que se le estaba apagando rapidísimamente la vida, y le brillaban los ojos como las lámparas del Santísimo de las iglesias, tuviera tanta voluntad de santificación. El Señor es siempre sorprendente y tiene sus modos de enamorar a cualquiera. Ismael Molinero Novillo entregó su alma a Dios del 5 de mayo de 1938. En el momento de hacerlo, su silencio se rompió como un vaso de fragancia. Todos, a su alrededor, el capellán, las enfermeras, los miembros de Acción Católica de Zaragoza, alabaron y dieron gracias a Dios. Muy pronto la juventud española supo ponerle palabras al testimonio callado de Ismael de Tomelloso. Las historias menores con el tiempo resultan muy elocuentes.

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EL MILICIANO SANTO

Por Clemente Sánchez Sánchez

Don Clemente Sánchez Sánchez, Operario Diocesano, que atendía un colegio en Barcelona, el año 1939 marchó como misionero a Tucumán (Argentina) y llevando en su equipaje la cartas escritas por don Ignacio Bruna, capellán del Campo de Concentración de San Juan de Mozarrifar, que confesó a Ismael a petición propia, y de la enfermera Aurora Álvarez que atendió a Ismael en el Hospital Clínico de Zaragoza hasta su fallecimiento. Cuando revisó las cartas, envió a la Revista Dominicana de estudios de mística “LA VIDA SOBRENATURAL” un artículo bajo el título “Ismael Molinero Novillo. El miliciano Santo”, que comenzó así:

«Lector carísimo, ni mi pluma, ni mi loca tienen parte alguna en las páginas que te ofrezco. Sólo me cabe el honor, no menguado, de presentártelas. Contienen ellas la historia resumida de los últimos días, que no de los primeros, de un valeroso y heroico muchacho de la A.C., Ismael Molinero, secretario del Centro de A.C. de Tomelloso, Ciudad Real, España. Héroe anónimo, como tantos otros inmolado en el altar del sacrificio, víctima grata a los ojos de Dios en los días horrorosos de la guerra.

Y te ofrezco estos hechos, sin comentario alguno, tal como llegaron a mis manos en unas cuartillas, muy borrosas ya, escritas a lápiz por el Capellán Militar del Campo de Concentración, que asistió a Ismael en sus últimos momentos. ¿Qué cómo di con este hallazgo?

Una palabra de introducción.- Era una mañana de marzo, mes y medio después de haber sido derrotadas las fuerzas rojas de Barcelona. Acababa de bendecir los crucifijos que iban a ser nuevamente colocados en las aulas del Colegio que, en la Rambla de Cataluña, esquina Diagonal, tienen las MM. Teresianas de D. Enrique de Osó. Después de la arenga que hube de hacer a las alumnas, una de las mayores me preguntó que dónde podría hablarme. Por la tarde acudió al Seminario y allí me contó minuciosamente como conoció y trató a Ismael; entregándome a la postre unos apuntes del Capellán del Hospital y otros suyos, junto con dos cartas, que Ismael escribió a sus padres en el lecho de muerte, rogándome que quisiera ordenar aquellos papeles, dar forma a aquellos ejemplos y publicar una pequeña biografía del héroe, para estímulo y aliciente de la juventud de A.C.

A fe que me ilusionó la idea y prometí poner manos a la obra, con tal que pudiese adquirir otros datos imprescindibles de su niñez, padres, Asesor del centro, ya martirizado, etc. etc. ¡Era tan halagador, después de tres años de ministerio entre los rojos, dar rienda suelta a la pluma y mezclar en la narración, junto con los de Ismael, centenares de casos prodigiosos, de aquella juventud y de aquellos perseguidos cristianos….!

Pero el hombre propone y Dios dispone. La obediencia me lanzó al Océano y dio conmigo en Tucumán, donde las dificultades del momento han roto el hilo de la comunicación con la Madre Patria y también el de mis planes.

Hoy, impulsado por la admiración y el cariño que me merecen los muchachos de la A.C., para quienes en la persona de los de aquí de Tucumán, guardo siempre las expansiones más íntimas de mi corazón de sacerdote, me he decidido a limpiar el polvo de los añejos papeles, a cambio del valor que puedan prestar a nuestros Jóvenes así como de consuelo a los Sres. Asesores.

Y hecha esta breve introducción, comienzo a descifrar las borrosas cuartillas del referido Capellán, cuyo texto es como sigue:

Allá, donde la fama escriba con pluma de oro el nombre de sus elegidos, hemos de grabar el de un rojo con corazón y alma blancos: Ismael Molinero Novillo. Era un santo, ha sido un mártir. Cuando llegue la hora de biografiarlo, conoceremos al niño santo, al joven ejemplar, al miliciano resignado, al prisionero sufrido, al hombre mártir en el amplio sentido de la palabra. Ahora, como recuerdo y para ejemplo de los jóvenes católicos, contemplemos la flor sin deshojarla; ya nos deparará Dios ocasión de abrir el búcaro de su santa vida y gloriosa muerte, para recrear al mundo con sus más delicadas esencias. Era un joven ejemplar, sencillo, humilde, abnegado, piadoso, con gran espíritu de mortificación. No me atrevo a dar patentes de santidad, por que exceden mis alcances; pero creo poder decir que andaba por los caminos de los santos. Y si es cierto que no conozco haya tenido estupendas revelaciones, no obren en su poder ruidosos milagros, he de deciros que, ante mis ojos, el mayor que un santo puede hacer es mantener la brújula orientada en todo momento a sus ideas y el arco tirante sin doblar en el cumplimiento del deber. Resucitar muertos, hacer prodigios, es exclusivo de Dios; pero vivir siempre en la brecha, arma al brazo, pisando agudas espinas y sonriendo, cuando el corazón sangra, es obra muy meritoria de la naturaleza, aunque ayudada de la gracia. Este milagro pertenece a nuestro joven Ismael. Cuando, cuantos lo conocimos y tratamos, demos a la publicidad los rasgos que presenciamos, el mundo a voz en grito clamará: era un santo».

NOSTER EST

ISMAEL DE TOMELLOSO

Extracto del estudio publicado por el Rvdo. Don Mariano Mainar, en cuyo apunte inicial dice lo siguiente:

  • Aurelio Prudencio, el gran poeta de la antigüedad cristiana, escribió del mártir San Vicente, “Noster est”: “nuestro es Vicente, aunque diera la gloria del sepulcro a otra ciudad” (Peristephanon 4, 100).

  • Nuestro, de Zaragoza, es Ismael, porque nació para el cielo, aunque su sepulcro se haya concedido a Tomelloso, el pueblo manchego donde nació para la tierra.

  • En definitiva: Ismael es de Tomelloso y es de Zaragoza.

«La vocación sacerdotal de Ismael. […] ¡Hay muchas almas sacerdotales que, sin llegar al sacerdocio ministerial, se inmolan por la gloria de Dios y la salvación del mundo! Se ha escrito que “el sacerdote lo es más por lo que sufre que por lo que hace", Nuestro Ismael fue ungido por el dolor silencioso. Su lecho de muerte fue altar. Él mismo fue la víctima de su propio sacrificio.

[…] El apoyo testimonial de tantos Mártires como influyeron en la vida y muerte de Ismael. No puede escribirse su biografía sin explicitar esta circunstancia. […] influyeron muy de cerca en Ismael. Desde el Obispo diocesano, ya beatificado, hasta el párroco de Tomelloso, el sacerdote que le bautizó. Y el que dirigió sus Ejercicios Espirituales en Ciudad Real, y quien le guió como Consiliario de A.C, etc. etc. Este grupo de Mártires (“una nube de testigos" según el Libro Sagrado) rodearon y vivificaron la solitaria epopeya de aquel humilde soldado en medio de la guerra, herido por el zarpazo de un ambiente procaz y blasfemo, sumergido en el más absoluto anonimato del campo de concentración y del hospital.

[…]

Dicho esto, pasemos a escribir sobre las dos palabras clave:

Silencio. Alegría.


EL SILENCIO DE ISMAEL

Impresiona mucho la actitud de Ismael, ocultando deliberadamente su condición de militante de Acción Católica, que pudiera haberle proporcionado ventajas materiales y situaciones de privilegio.

Don Ignacio Bruna descubrió a Ismael tardíamente. Durante un largo tiempo pasó desapercibido. Ismael penetra así, aun sin saberlo él técnicamente, en una "Noche oscura", que constituye un verdadero proceso de purificación. Proceso que es, a la vez, muy sencillo y muy complicado. Lo realiza el Amor divino, el Espíritu Santo contando con la aquiescencia del hombre, que consiente en tal purificación.

[…]

Estamos aquí ante el radicalismo del Evangelio. Por la muerte, a la vida. Ismael acogió así la acción del Espíritu Santo. Se dejó trabajar por Él. Respondió a todas las renuncias que se le exigieron. Con el silencio absoluto, hizo dentro de sí un vacío total a los consuelos humanos. Creó una capacidad radical de plenitud, que quizá él mismo desconocía al principio, hasta que la Presencia divina se la fue revelando, luz en la noche, palabra en el silencio, amor en el fuego del holocausto.

Dios había elegido a Ismael y lo llevó, inconscientemente para él, a la "trapa" silenciosa, a la "cartuja" del aislamiento total, a la "tebaida" de la soledad eremítica, para allí instalar la cátedra más hermosa donde se encuentran el Maestro del Amor y el discípulo que busca las fuentes de la dicha absoluta.

Así entiendo yo este punto del silencio total de Ismael, que quizá pudiera parecer extraño a alguno. Dios le quería llevar a las cumbres de la perfección, quería sublimar su entrega tan sincera y generosa, hacerla más pura y más divina. Por eso introdujo a Ismael en las noches del cuerpo y del alma, que le despojaron de sí mismo para identificarlo y transformarlo en su Amo y Señor. El instrumento inmediato para ello fue la enfermedad con sus terribles consecuencias. Y todo en breve tiempo, como con prisa. Era el de Cristo para con Ismael un amor urgente, apasionado, de misteriosa predilección.

Dios le pidió un desprendimiento total, hasta de aquellas gracias que eran divinas, pero que no eran Dios. Murió solo. Sin amigos, sin familiares. Sin la ilusión cumplida de ser sacerdote. "En soledad ha puesto ya su nido, y en soledad le guía a solas su querido, también en soledad herido..." (San Juan de la Cruz)


LA ALEGRÍA DE ISMAEL

La figura de este joven de Tomelloso, siempre alegre, siempre jovial, tiene un gran valor testimonial que es preciso destacar en estas líneas. Un dato importante, muy importante, que deberá ser tenido en cuenta para presentarlo como modelo.

Por las breves páginas de las biografías corre un río de gozo. Se hace proverbial en el testimonio de cuantos conocieron a Ismael. Y tanto más cuanto que el hombre de hoy vive frecuentemente sumergido en la angustia, se refugia en la frivolidad, sólo conoce la tristeza.

Diversas tonalidades manifiestan el ambiente juvenil que nos rodea: locuacidad en exceso, demagogia en las afirmaciones, ansia de novedades, superficialidad, inconstancia, desasosiego, inseguridad, miedo. La "vida alegre" del hombre contemporáneo es una verdadera antítesis de la verdadera alegría. Un diagnóstico certero de estos males lo vienen recordando los últimos Papas. Particularmente San Juan Pablo II, en su primera Encíclica “Redemptor hominis" (III, 1516)

Sin embargo, la alegría es posible para el cristiano, aún en medio de los mayores sufrimientos y angustias, del mismo modo que el amor puede y debe brillar en medio del odio.

Más aún, la alegría se hace de renuncias, de servicios, de humildad, de generosidad, entrega y esperanza. ¡Qué grande y profunda lección nos dio el Beato Pablo VI en medio de tantos sufrimientos como punzaron su vida, entregándonos aquel, precioso documento magisterial sobre la alegría cristiana! (Exhortación apostólica "Gaudete in Domino", 9 de mayo de 1975). Es una preciosa teología de la alegría cristiana, bien fundamentada en la Sagrada Escritura, la liturgia, la tradición, los maestros espirituales.

Parece como si el Beato Pablo VI trazara un retrato de Ismael, señalando las auténticas fuentes del gozo pascual, el júbilo de la Cruz (“la alegría más pura y ardiente la encontramos allá donde la Cruz de Jesús es abrazada con el más fiel amor"), el júbilo del Espíritu Santo en sus dones, la ternura maternal de Nuestra Señora con relación a sus hijos... La Eucaristía, sobre todo, como manantial de toda alegría.

Que la alegría cristiana es posible lo demostró Ismael en sus años de Tomelloso, antes del conflicto bélico del 36. Vida limpia la suya, transparente, recorriendo una ruta de gozo difusivo que alegraba las fiestas, animaba a los ancianos, asomaba una continua sonrisa en su rostro juvenil. Todas las biografías lo señalan cumplidamente.

La alegría de Ismael fue transparencia de Dios. […]

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